La vida de Lina Suárez dio un giro irreversible el día que su expareja sentimental decidió atentar contra ella. Ocurrió en mayo de 2024, en su lugar de trabajo, en la localidad de Suba, noroccidente de Bogotá. Allí recibió seis impactos de bala que la dejaron sin la posibilidad de volver a caminar, por una grave lesión en la médula espinal.
Lina, ahora en una silla de ruedas, recuerda con impotencia el momento y asegura que, aunque agradece estar viva, nada vuelve a ser igual. “Estar en una silla de ruedas es muy difícil. Tengo dos niños y no puedo salir a jugar con ellos, no puedo ir a trabajar. Si en la casa no hay comida, yo no puedo hacer nada”, relata entre lágrimas.
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Lo más doloroso para ella es saber que su situación pudo haberse evitado. Había denunciado las amenazas y contaba con medidas de protección, pero estas no fueron suficientes. “Sí, a uno le dicen denuncia, uno va y denuncia, pero de ahí no pasa más”, lamenta Lina, haciendo un llamado urgente a las autoridades para que actúen de manera efectiva y real.
Su agresor hoy está tras las rejas, pero el miedo y las secuelas físicas y emocionales persisten. “Es difícil dejar esta página atrás, es difícil seguir como si nada, así yo quiera… es difícil”, confiesa. Su testimonio es reflejo de una realidad que viven muchas mujeres en el país, donde la violencia de género no da tregua.
Las cifras son alarmantes: solo en Bogotá, en lo que va de 2025, se reportan 52 asesinatos de mujeres. Además, el número de mujeres en riesgo de feminicidio aumentó en un 40%, y según los últimos informes, cerca de 971 mujeres enfrentan esta amenaza de manera latente.
El caso de Lina es una muestra dolorosa de que las medidas de protección, por sí solas, no siempre salvan vidas. Su historia, marcada por el sufrimiento y la valentía, es también un grito de auxilio para que ninguna mujer más tenga que sobrevivir a algo que jamás debió ocurrir.
