Sindey Carolina Bernal del colegio Enrique Olaya Herrera, la mejor profesora de Iberoamérica

Sindey Carolina Bernal del colegio Enrique Olaya Herrera, la mejor profesora de Iberoamérica

Sindey es un claro ejemplo de superación. A pesar de varios obstáculos que ha tenido que sortear a lo largo de su vida, ha estado nominada al Global Teacher Prize Award, ha viajado por el mundo presentando proyectos académicos y ahora recibió el reconocimiento a mejor profesora de Iberoamérica, otorgado por la Fundación FIDAL.

Tomado de: Secretaría de Educación

El día de la premiación, tanto Sindey como su familia, no cabían de la felicidad de ver que se había ganado el premio a mejor profesora de Iberoamérica. Su esfuerzo y dedicación de tantos años se vieron una vez más reconocidos y, esta vez, a nivel internacional. Sindey es Licenciada en Diseño Tecnológico de la Universidad Pedagógica, tiene una maestría en Tecnologías de la información aplicadas a la educación y un doctorado en Educación inclusiva. Actualmente cursa otro doctorado en Formación para la diversidad, en la Universidad Manizales.

Sindey Carolina es la hermana del medio. Nació en un hogar con mucho amor conformado por sus padres y dos hermanos, todos orgullosamente egresados de colegios distritales: Sindey del colegio Menorah, su hermano menor del Marco Fidel Suárez y su hermano mayor, y quizás el mayor ejemplo para su vida, Juan José Bernal, del INEM.

Para ella, Juan José ha sido la guía en su vida. La ha acompañado en momentos de duda e incertidumbre y, por supuesto, también ha sido quien ha estado a su lado celebrando sus logros académicos y personales. Fue él quien le ayudó a escoger la carrera que la empezaría a convertir en la profesional que es hoy en día. A los 16 años empezó a revisar, acompañada de Juan José, los planes de estudio y él la motivó a presentarse a las 3 universidades públicas de la capital. Y, aunque Sindey quería estudiar artes plásticas, esto no era económicamente viable.

En aquel momento, la familia tuvo que enfrentar un duro golpe económico. Su padre, que en la época trabajaba como policía de tránsito (de los azules), quedó sin trabajo. Él era el único que llevaba el sustento a la casa. Entonces, la vida de la familia cambió drásticamente. “Con lo de la liquidación de mi papá montamos un café internet y todos ayudábamos”.

En esa época, y por la situación económica, ninguno de ellos contaba con EPS y esto era un requisito para poder inscribirse a su pregrado. “Recuerdo mucho el día que tuve que afiliarme. Ese día tenía 50.000 pesos y la afiliación valía 49.900. Entonces me tocó caminar. El camino fue de la Pedagógica (calle 72) al centro y después al Tunal (en el sur) que era donde vivíamos. Ese día gasté suela”. Sin duda, el comienzo no fue fácil, pero como siempre en la vida de Sindey, y gracias a su perseverancia y pasión por el estudio, todo fue cambiando.

Los primeros semestres no fueron fáciles. Sindey trabajaba los fines de semana en eventos de Compensar, donde ganaba 17.000 pesos el día, ayudaba en el café internet de la familia y estudiaba al mismo tiempo. Pero la pasión por su carrera dio frutos. En cuarto semestre una oportunidad llegó a su vida.  “Un día hicieron un parcial y yo fui la única del curso que lo pasé. Entonces el profe me invitó a ser parte de su grupo de investigación. Me explicó que tenían proyectos que presentaban a la vicerrectoría de Investigación de la universidad y la idea era vincular estudiantes para investigar”.

Ella sin dudarlo se vinculó, sin siquiera saber que por trabajar en el grupo y ser parte de este contaría con dos salarios mínimos al semestre. El requisito era conservar el mejor promedio del semestre y no perder ninguna materia. Fue así como logró ser parte de este grupo hasta finalizar su carrera profesional. Además, contó con matrícula de honor, pudo trabajar y estudiar con personas en situación de discapacidad y tuvo la posibilidad de hacer su maestría.

Al graduarse, logró conseguir trabajo casi de inmediato. Sindey trabajaba mientras hacía su maestría. Comenzó su vida como docente en un colegio en Patio Bonito. Luego, cuando ya se volvió profe del Distrito, ejerció como maestra en un colegio ubicado en Ciudad Bolívar, más allá del barrio el Paraíso. El colegio era muy lejos y lo más difícil de estar allá era ver a diario el terrible nivel de pobreza de los niños. “A pesar de lo lejos y de las situaciones difíciles, ellos han sido los mejores estudiantes que yo he tenido. Ellos valoran mucho lo que pueden aprender, pues muchos de ellos quieren cambiar esos contextos y esas realidades. Ven en la educación una salida”.

Duró 4 años en esta institución y por cuestiones de salud y dado que iba a empezar su doctorado pidió traslado a un colegio no tan lejano. Desde aquel entonces es parte del Enrique Olaya Herrera. “Cuando llegué dije: Ya que en el colegio de Ciudad Bolívar tuve un club de robótica, en este colegio quiero hacer un semillero de investigación”. Le planteó la idea a sus estudiantes y ellos, sin dudarlo, la apoyaron.

El semillero estaba enfocado en que los chicos de grados 10º y 11º apadrinaran a los más pequeños, para que, a partir de ese acompañamiento y apadrinamiento, estos pudieran desarrollar un proyecto para la activación de los sentidos y para identificar a los niños y niñas desde sus habilidades y no desde sus discapacidades. Sindey, desde siempre ha estado profundamente interesada en trabajar por una inclusión real y ayudar a quienes más lo necesitan.

Tomado de: Secretaría de Educación

Este semillero, sus logros, su trabajo y sus investigaciones pusieron a Sindey en el radar de la academia. Comenzaron a llamarla a viajar al exterior. Tuvo la posibilidad de visitar países como Brasil, Corea y España. De toda su familia, contando abuelos, primos y tíos, Sindey fue la primera en salir del país. “Mi primer viaje internacional y todos los viajes han sido por la academia. Yo le digo a los chicos que estas posibilidades sí se pueden y que todo fue gracias al estudio. La educación me permitió cumplir sueños, me permitió viajar”.

Precisamente el ser ejemplo de vida, de superación y de excelencia académica fue lo que le permitió ser la ganadora del premio a mejor profesora de Iberoamérica. Este reconocimiento, otorgado por la Fundación FIDAL, ubicada en Ecuador, contó en esta edición con 105 proyectos ecuatorianos y 47 internacionales. Al enterarse de la convocatoria por uno de sus compañeros, decidió postularse.

Aunque todo fue de manera virtual, preparó una presentación y ponencia, adjuntó evidencias, videos y documentos. Hizo la exposición frente a jurados y estos le anunciaron que pasaba a la siguiente fase. Luego presentó nuevamente su proyecto ‘Semillero de investigación INCLUTEC: estudiantes creando recursos tecnológicos para la inclusión’, y después llegó el momento de la premiación.

En ese momento decidió sentarse en casa con sus padres y su hijo de 12 años, Juan Pablo. “Yo estaba viéndolos y salieron los finalistas, cuando ¡pum! Me llamaron. Eso fue súper emocionante. Yo me puse a llorar y mi familia estaba super feliz. Además, ese premio fue una bendición porque el covid en mi familia fue un poco fuerte y mi papi, desde hace exactamente un año, está con oxigeno”.

Su padre fue uno de los casos graves del covid, y a pesar de ser un sobreviviente de esta dura pandemia que golpeó al mundo entero, sus secuelas han sido graves y dolorosas tanto para él como para su familia. En esos difíciles momentos de hospital, su padre se aferró fuertemente a ella. “Mi papá siempre me decía que él pensaba en mí, pues yo le había dicho que me prometiera que iba a volver y él me lo cumplió. Por eso, el día que me entregaron el premio, yo estaba muy emocional porque también se me vino a la cabeza mi papá y todo lo que tuvo que vivir”.

Sindey se ganó el premio y la vida la ha premiado con la bondad, el perdón y con el ejemplo de ser una luchadora de la vida. Su pelo morado habla por ella, pues, aunque ella no profundiza en el tema, Sindey como su pequeño hijo son sobrevivientes de la violencia contra niños y mujeres.

“Juanpis y yo somos de esos pocos sobrevivientes de la violencia. A pesar de todas las cosas que han pasado, seguimos adelante. Somos ese ejemplo de salir adelante a pesar de las adversidades de la violencia”. Sindey se unió a la línea purpura, estuvo en el CAVID (Centro Atención de Víctimas de Violencia Intrafamiliar) y en la Defensoría del Pueblo. Aprendió mucho y asumió la situación como una oportunidad para salir adelante.

“Desde muy pequeña me ha gustado mucho el morado, pero ya después cuando lo vinculé con la línea púrpura, dije: voy a llevar en mí esa lucha… esa lucha por no estar de acuerdo y no permitir ningún tipo de violencia, ni a los niños, ni a las niñas, ni a las mujeres. Quiero tener mi cabello morado hasta que sea viejita”. Su pelo y su ejemplo de vida trascienden y sus estudiantes así lo reconocen. “Una vez, una de mis estudiantes me dijo que nosotros éramos un arcoíris y que yo era el morado del arcoíris y los niños me daban los otros colores. Y yo siempre digo eso: el arcoíris de mi vida son mis estudiantes y yo soy el moradito de ese arcoíris”.

Sindey es sin duda un ejemplo increíble de una mujer valiente, de una profesora entregada a quienes más la necesitan, de una mujer luchadora, apasionada por la docencia y por la lucha contra la violencia. Se siente absolutamente a gusto de poder llegar al aula e inspirar a sus estudiantes de la misma forma en que sus profes la inspiraron a ella. “Es una posibilidad muy bonita poder salir adelante y que los estudiantes vean en uno el ejemplo de una persona que no creció con todas las comodidades y que le tocó difícil, pero que salió adelante, y todo, gracias a la educación”.

 

By Aura Nelly Díaz

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